Móviles, tablets, portátiles y televisiones; los mejores amigos de las nuevas generaciones y que genera adicción a las pantallas, tengamos la edad que tengamos.

Esta última semana han saltado las alarmas debido a los primeros resultados que han obtenido en un estudio referente al uso del móvil en jóvenes españoles, pero no queremos repetir esa noticia sin más; veamos qué han descubierto y qué más sabemos al respecto.

97 voluntarios. Un experimento. ¡Adiós móviles!

En 2020 comenzaba un estudio que finalizará en 2023, pero que ya arroja los primeros resultados. La Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Miguel Hernández, encabezados por la Universidad de Málaga y junto con algunos colaboradores de las universidades de Viena y de Beira Interior, han puesto a prueba a 97 voluntarios entre 15 y 24 años y el uso que hacen de sus teléfonos móviles.

Durante tres semanas los participantes accedieron a que se monitorizara el uso que hacían de sus teléfonos con el objetivo de analizar la credibilidad de las noticias que reciben los jóvenes  por medio de las redes sociales, prácticamente, su única fuente de información. Sin embargo, se han descubierto ciertos resultados “colaterales” que son muy significativos. Una de estas semanas, la pasaron sin sus preciados teléfonos y anotaron en un diario cómo se sentían y qué pensaban.

La primera semana todos usaron el teléfono como lo hacían habitualmente, donde se observó que el tiempo medio de uso es de 5 horas al día. Sabiendo que los adolescentes deben dormir entre 8 y 10 horas diarias, que pasan unas 8 horas cada día en el colegio,… hagan cuentas. Además, se vio que 4 de esas 5 horas, es decir, el 80% del tiempo de uso del teléfono se dedica exclusivamente a las redes sociales, siendo por orden de uso de más a menos: WhatsApp, Instagram y TikTok. Cabe destacar que esta última aplicación está en continuo aumento como única fuente de información para los más jóvenes.

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Después llegó la semana más dura, pues en la segunda semana se les pidió que desconectaran sus teléfonos y registraran todas sus impresiones en algo similar a un diario. ¿Qué registraron? Principalmente incomodidad, inseguridad, estrés y ansiedad, aunque para algunos implicó algo de alivio. Algunas de sus expresiones fueron: “Tenía necesidad de tener el móvil cerca. Tenía ansiedad si estaba lejos. Me tranquilizaba solo con tenerlo cerca”. “He tenido más ansiedad que cuando intento dejar de fumar”. “Ver a todo el mundo con el móvil en el transporte público me creaba necesidad de usarlo”. A pesar de todo esto, todavía hay personas que niegan esta adicción a las pantallas.

¿Cambió algo la tercera semana? Poco. La mayoría volvieron a un uso similar del teléfono anterior a la desconexión, aunque admitieron su enganche al teléfono y que, incluso, les quitaba tiempo para otras cosas, como para pasar tiempo con sus familias. Esto provocó algunas reflexiones como: “Cuando estoy en mi casa, después de cenar, me voy a mi cuarto a ver TikTok y al no tener móvil he hecho más vida en familia”, “He visto una serie con mis padres sin distracción: lo he disfrutado”, “Discutimos mucho por el uso del móvil y esta semana apenas hemos discutido: ha sido un alivio”. Es más, también hubo cambios en lo referente a los estudios, para bien y para mal: “Me ayudó un montón el estar sin móvil; hice todos los trabajos en menos tiempo”, “He conseguido leerme un libro completo. Hace seis años que no leía un libro por placer”, “El no tener móvil me ha perjudicado mucho, sobre todo en los trabajos en grupo. No poder comunicarme con mis compañeros me agobiaba”.

Lo descubierto ahora con lo que ya sabemos.

¿Recuerdan que hace 30 años se empezó a hablar del cambio climático y nadie daba crédito? Pues los efectos y la adicción a las pantallas en cualquier persona, pero más en los niños y jóvenes, es algo similar. Desde hace ya unos años, pediatras, logopedas, psicólogos y maestros están viendo y avisando de los cambios que estas nuevas tecnologías tienen en las nuevas generaciones.

¿Cómo les (nos) están afectando esta adicción a las pantallas?

En primer lugar, debemos tener en cuenta que crean adicción. Cada vez que recibimos un estímulo satisfactorio de ellas, ya sea un me gusta en una red social o una recompensa en un juego, generamos una sustancia llamada dopamina y a la que nuestro cerebro es adicto. Esta molécula, también llamada “hormona de la felicidad”, nos produce sensaciones placenteras y de relajación, de ahí que queramos sentirlas constantemente. Esto llega a provocar verdaderas rabietas y peleas cuando no pueden acceder a las nuevas tecnologías, como si fueran adictos a drogas tan dañinas como la cocaína o la heroína, incluyendo síntomas como síndrome de abstinencia, impulsividad y agresividad.

frustración, niño, adicción, nuevas tecnologíasEn segundo lugar, cabe destacar un descenso en su capacidad de concentración y atención. No hay, prácticamente, ninguna situación en nuestro día a día con tantos estímulos por segundo como un vídeo de YouTube, un reel de Instagram o un videojuego. Al fin y al cabo, en cuanto algo aburre mínimamente deslizamos la pantalla y “siguiente”.

En tercer lugar, podríamos destacar la disminución de la tolerancia a la frustración y al aburrimiento. Por supuesto, esto va de la mano de una bajada importante en la creatividad y en la curiosidad, pues ya no investigan y apenas se sorprenden. Tienen el cerebro tan sobreestimulado que es sumamente complicado hacer algo que no esperen. Hace unos días una compañera, maestra especialista en música, me decía que el primer día de clase entró en el aula con una buena música de fondo e hinchando un globo; sin embargo, los estudiantes estaban hablando entre ellos y prácticamente ninguno se giró. Igualmente, en nuestro centro, trabajamos la redacción por medio de escritura creativa y casi el 100% de las historias que redactan vienen de la televisión o de algún videojuego.

Ante esto, ¿cómo va a competir un maestro con esta adicción a las pantallas? Aunque esto no termina aquí.

En último lugar, se ha observado que hay muchos niños y niñas que ya no comen o duermen si no tienen una pantalla delante. Es más, se ha visto que están aumentando síntomas propios del autismo, debido a las oportunidades comunicativas para estas nuevas generaciones han disminuido considerablemente. Son niños y jóvenes que no responden cuando se les llama por su nombre ni nos miran a los ojos cuando se les habla. De hecho, un estudio hizo un escáner cerebral a 15 adolescentes con adicción a internet y vieron cómo el área de la comunicación quedaba frenada gravemente así como ciertas conexiones cerebrales, asemejándose al escáner de niños con autismo.

Como punto extra, y sin tener intención de alargar este apartado mucho más, debemos considerar que si los niños criados en medios rurales ya tenían menos accidentes que los criados en ciudades debido al tipo de juego y movilidad que tenían, imaginemos cuánto puede estar aumentando el riesgo de accidente para aquellos que ahora ya, ni si quiera, van al parque del barrio de su ciudad.

niño, pantalla, nuevas tecnologías, adicción¿En qué se traduce escolarmente?

Creo que ya podemos intuir cuáles son las consecuencias académicas: escasa motivación, falta de atención y concentración, trastornos del lenguaje, problemas para leer y comprender textos, y dificultades para razonar. Emocionalmente nos encontraremos con depresión y ansiedad mucho más frecuentes que hace 20 años.

¿Qué podemos hacer?

Actualmente y de momento, parece que no hay daños permanentes en el cerebro, por lo que debería de bastar con alejar de las pantallas a los niños, jóvenes y no tan jóvenes. Debemos intentar ofrecerles otras alternativas de juegos, de estímulos y de interacciones humanas. Sí, esto implica que nuestras rutinas laborales nos tienen que permitir hacerlo. En el centro nos encontramos con padres y madres que trabajan de sol a sol para dar a sus hijos todo aquello que ellos no tuvieron en su infancia, normalmente, cosas materiales; pero, a veces, necesitan más tiempo y no más cosas.

Todos queremos proteger a nuestros hijos e hijas y que no sufran, pero tienen que tener tiempo para jugar libremente y aburrirse, de manera que empiecen su entrenamiento para tolerar la frustración, si no, cuando sean más mayores y les pongamos otro tipo de límites, nos encontraremos con verdaderos enfrentamientos.

Por supuesto, no siempre tenemos las herramientas necesarias para abordar estas situaciones, y como cada vez la sociedad y las nuevas tecnologías cambian más rápidamente, es realmente complicado mantenerse actualizado. Así que, si esperamos que nuestros hijos nos pidan ayuda cuando la necesiten, nosotros deberíamos de pedir ayuda si no sabemos cómo afrontar ciertos problemas.

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